sábado, 6 de julio de 2013

Final del libro "El atlas de las nubes"

             Acabo de terminar el libro de David Mitchell "El atlas de las nubes" (llevado a la pantalla recientemente por los hermanos Wachowski) y me gustaría transcribir su final porque me parece un texto muy hermoso y con mucha miga. Aquí os lo dejo.

              Mis recientes peripecias me han llevado a filosofar largo y tendido, sobre todo por las noches, cuando lo único que se oye es el rumor apacible del arroyo que transforma eternamente rocas en guijarros. Así discurren también mis pensamientos. Los historiadores identifican ciertas tendencias y las plasman en leyes que regulan los auges y caídas de las civilizaciones. Mi filosofía sigue el procedimiento inverso, a saber: la historia no admite leyes, sólo consecuencias.
          ¿Qué determina las consecuencias? Las acciones depravadas y las acciones virtuosas.
¿Y qué determina las acciones? Las creencias.
Las creencias son al mismo tiempo el premio y el campo de batalla, ya sea en el interior de la mente como en el espejo de ésta, vale decir, en el mundo. Si de verdad nos creemos que la humanidad es una escala de tribus, un coliseo de conflictos, explotación y bestialidad, semejante humanidad terminará tomando carta de naturaleza y serán los diveros Horrox, Boerhaave y Goose de la historia quienes se lleven el gato al agua. Vosotros y yo, los acaudalados, los privilegiados, los afortunados, no tendremos de qué lamentarnos en un mundo así, siempre que no nos abandone la suerte. ¿Qué más da si nos remuerde la conciencia? ¿Por qué restar legitimidad a la supremacía de nuestra raza, de nuestros buques de guerra, de nuestro legado, de nuestro patrimonio? ¿Por qué habríamos de luchar contra el orden “natural” (¡ah, qué palabra huidiza y artera!) de las cosas?
¿Por qué? Por la siguiente razón: un buen día, ese mundo completamente dominado por los depredadores se consumirá a sí mismo. Sí, el diablo devorará a los últimos hasta que los últimos sean los primeros. En un individuo, el egoísmo corrompe el alma, en la especie humana, el egoísmo significa la extinción.
¿Acaso llevamos esta entropía escrita en nuestra naturaleza?
Por el contrario, si nos convencemos de que la humanidad puede trascender colmillos y garras, si nos convencemos de que las diversas razas y credos pueden compartir pacíficamente la tierra, exactamente igual que los huérfanos comparten el árbol candil, si nos convencemos de que los gobernantes deben ser justos, de que la violencia debe dominarse, de que el poder ha de ser responsable y las riquezas de la tierra y los océanos deben repartirse equitativamente entre todos, este mundo se hará realidad. No me engaño. Ya sé que es el más difícil de todos los mundos posibles. Los tortuosos avances logrados en el curso de generaciones enteras pueden echarse a perder con la simple rúbrica de un presidente miope o el mandoble de un general envanecido.
Una vida dedicada a forjar el mundo que me gustaría que heredase Jackson, no el mundo que me da pavor legarle, es, a mi modo de ver, una vida digna de ser vivida. Cuando vuelva a San Francisco pienso abrazar la causa abolicionista. Porque le debo la vida a un liberto y porque por algún lugar hay que empezar.
Ya me parece oír la reacción de mi suegro…
-Ah, estupendo, Adam…
¡Sentimientos liberales! ¡Pero a mí no me vengas con monsergas de justicia! ¡Vete a Tennessee montado en un pollino y ponte a convencer a esos palurdos sudistas de que en realidad son negros pintados de blanco y de que sus esclavos son blancos pintados de negro! ¡Vete a Europa y ponte a decirles que los derechos de los esclavos del imperio son tan inalienables como los de la reina de Bélgica! ¡Ah, terminarás pobre, canoso y ronco en las reuniones del partido! ¡Te escupirán, te dispararán, te lincharán, te aplacarán con medallitas y los paletos te despreciarán! ¡Te crucificarán! Ingenuo y soñador Adam. Quien osa desafiar a esa hidra de cien cabezas que es la naturaleza humana lo termina pagando con espantosos sufrimientos, ¡y su familia también! ¡Y cuando exhales el último suspiro, sólo entonces, te darás cuenta de que tu vida no ha sido más que una minúscula gota en un océano infinito!

Y sin embargo, ¿qué es un océano sino una multitud de gotas?